Tango
Los observé. Esa
mujer, elegante, toda de negro, lo seguía a Sergio desde el lado opuesto del
salón. El tango “Caminito” resonó en el ambiente. El la cabeceó y fue hacia
ella. Cuando llegó a su lado vi que era más alta que él y delgada, muy delgada.
Ella no respondió a su sonrisa, tomó la iniciativa y en un suspiro, lo invadió
con su perfume, y lo envolvió en un abrazo milonguero.
Más que bailar,
parecían flotar en el espacio. Llegó la
segunda pieza, “A Media Luz” y el lugar también se tornó más oscuro. No era él
quien guiaba. Lo vi tratar de resistirse pero no podía. Durante la “Milonga
Triste”, cuando ella le exigió pasos insólitos, intentó rebelarse, pero todo
fue inútil.
Noté su
desconcierto al quedar solos en la pista y ahí nomás, se alteró el ritmo de D’Arienzo;
“La Cumparsita” se escuchaba sincopada. El fluctuar del compás le hizo a él perder
los pasos. Todo variaba sin sentido. Noté su frustración y percibí hasta miedo.
Él no quería perderse.
Ella empezó a acelerar
el tempo, infundir más brío en los giros. Después de un ocho, lo hizo estremecer.
Sergio titubeó, perdió el control en un tropiezo y fue ella quien lo sostuvo en
vilo.
El intentó
parar la danza, pero ella se rehusó, y con firmeza. Cuanto más Sergio se
esforzaba en resistir más perdía sus fuerzas. Sonaban las estrofas finales de
“El Ultimo Café” cuando, desafiante, la miró en los ojos. Yo también los vi; los
ojos de ella estaban vacíos. Ella lo abrazó aún más fuerte y con el acorde
final… se lo llevó consigo.
Enrique van der Tuin
TANGO 20111003 C17 W272 200817
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